El más improbable éxito del 2024 estaba recetado para conmover. Dirigido por la francesa Coralie Fargeat, no se detiene ante nada ni nadie para entregarnos una crítica descarnada sobre los valores de hoy, que encuentran su máxima expresión en el culto a la apariencia, el triunfo de lo banal y la desesperada necesidad de vender un espíritu renovador que consiga opacar nuestros peores defectos. Para ello, se valdrá de cuanto recurso imaginativo, grotesco y hasta violento existe, los cuales pretenden agotarnos por casi dos horas y cuarenta minutos que dura su metraje. ¿Cómo consigue esta colorida fábula ubicarse en el centro de las conversaciones y atizar su popularidad de cara a la nueva temporada de premios cinematográficos? ¿Llegará a ser una obra de culto o solo el efecto temporal de una pastilla alucinógena?
El factor Demi Moore
Su protagonista es una declaración de intenciones. Demi Moore, la mujer cuyo rostro angelical dominó la pantalla entre las décadas de 1980 y 1990. ¿Quién no se conmovió ante sus lágrimas cuando se despedía del amor de su vida en Ghost (Jerry Zucker, 1990)? Toda una estampa de sacrificio en el que muchos empezaron a identificarla y entronizarla en el rol de la mujer casi impoluta y víctima de las circunstancias. Hasta que, contra todo pronóstico, acepta posar desnuda y embarazada en la revista Vanity Fair, portada que la inmortalizó, pero también sembró la semilla de un nuevo horizonte que no agradaría al statu quo. Luego la veríamos en papeles de acosadora sexual y bailarina de striptease, la cereza del pastel para algunos críticos y un sector del público, quienes aparentemente probaron su punto de un exceso de confianza, a tal punto que empezaron a marginarla del ‘star system’. Para inicios del nuevo milenio su carrera experimentó un estancamiento en la que figuraba más detrás de cámaras como productora asociada, un segundo matrimonio y el cuidado de las hijas que procreó con Bruce Willis. Ella vivió de alguna manera el mismo tránsito que recorre su personaje, Elizabeth Sparkle: tocó el cielo con las manos y, de repente, los reflectores dejaron de enfocarla.
Otra razón por la cual ‘La Substancia’ no ha desaparecido del radar es la incesante búsqueda de homenajes y referencias ocultas a otros clásicos del cine de terror centrados en el llamado ‘body horror’. Desde la virulencia de ‘La Mosca’ de David Cronenberg (1986) a los obsesivos encuadres de ‘El Resplandor’ de Stanley Kubrick (1981) o los absurdos de ‘Reanimator’ (1985) y ‘Society’ de Brian Yuzna (1989), todas las mencionadas son películas ochenteras que dejaron huella en la cultura popular, las cuales parecen resignificadas en todos aquellos detalles que los fanáticos encuentran de ellas en la obra de Fargeat.
Las lecciones de ‘La Substancia’
Aunque en forma parece una adaptación extendida de un capítulo al estilo de ‘Black Mirror’, lo cierto es que toma su propio camino cuando Sparkle (Moore) desobedece las instrucciones del misterioso proveedor, al igual que sucederá con Sue (Margaret Qualley, en estado de gracia), su versión más grácil pero tan inquieta y exultante como ella en su pasado, como hiperactivada por esa segunda oportunidad. Recordemos que se trata de la misma persona, escindida por cuenta de las normas de una industria que no tarda en reemplazarte cuando ya no cumples el estándar. Si podemos prolongarlo ¿no garantizaríamos la permanencia? Es ahí donde se desata la locura y ambas identidades lucharán entre sí, aunque ya no importe la fama sino la más cruda venganza. A ese duelo actoral se suma la participación del norteamericano Dennis Quaid (El Día Después de Mañana), quien interpreta a un desagradable empresario, cuyo machismo amplificado es otro de los elementos argumentales que cuestiona la historia. Su lascivia e intransigencia bien pueden ser marca de la casa de cientos de ejecutivos expuestos por cuenta del movimiento #MeToo, cuya influencia no se han erradicado del todo. Si nos ponemos de lado de esa crítica bien vale la pena aguantar la repulsión que causan las secuencias más viscerales de la transformación que experimentará Elizabeth Sparkle.
Esa metáfora de ‘ser la mejor versión de ti’ que se convirtió en un mantra durante la pandemia causada por el COVID-19, es la moraleja más contundente que extraje de su visionado, pues la reduce a una frase de cajón que no evita la dolorosa realidad: podemos ser tan ruines como podamos, aunque la adversidad se nos venga encima. Además de hacer patente la principal lección que nos deja esta historia: nos cuesta seguir instrucciones. ¿No habría conflicto si la protagonista se hubiese ceñido a las recomendaciones? Esa es otra pregunta cuya respuesta solo podemos imaginar.
En síntesis, ‘La Substancia’ resultó una sorpresa de la que apenas nos reponemos. Cuando el entretenimiento se solaza en reencauchar cuanto éxito del pasado se les atraviese o estirar el chicle de superhéroes, surge como un reclamo a un estado de cosas de las que teníamos noticia pero que no pensábamos digerir de esa manera. Aunque prolongue su final hacia una secuencia de imágenes surrealistas, solo confirma sus virtudes al llevarnos a límites insoportables, esperando que finalice esa tortura, porque nos resulta escabroso confirmar los monstruos que anidan en cualquier versión que estimemos impulsar de nosotros mismos. No es un pecado triunfar, pero sí lo es convertirlo en la única razón para vivir.
Disponible en la plataforma Mubi.
Columna escrita por:
Juan Carlos Bermúdez
IG: @juanchopara
Filósofo y periodista. Especialista en Comunicación Digital. Máster en Marketig Digital. Docente de la Universidad de Pamplona en Humanidades y Lengua Castellana. Blogger en El Tiempo.com de cultura y entretenimiento.